Viviendo entre el arte y la esclerosis múltiple
No voy a mentir: perder el control de mis extremidades me aterrorizó. Y se puso aún más aterrador cuando mi visión comenzó a fallar. De repente, veía todo doble. Cuando fui al optometrista, el doctor me explicó que mi ojo izquierdo se movía apenas una fracción de segundo más lento que el derecho. Lo que empezó como un leve retraso pronto llevó a una parálisis facial, que terminó inmovilizando mi ojo izquierdo. Mi ojo derecho intentaba compensar, moviéndose en todas direcciones para enfocar. Pero incluso entonces no le presté mucha atención… hasta que, unos días después, perdí toda sensación en el lado derecho de mi cuerpo.
Confusión
Durante años, había estado viviendo al máximo, avanzando con estrés y haciendo caso omiso de los síntomas que aparecían. Se podría decir que mi cuerpo se había adaptado, aunque no de la forma más saludable. No escuchaba lo que intentaba decirme. Pero una tarde, no pude conducir de regreso a casa después del trabajo. Mis padres, que vivían cerca, tuvieron que venir a mi rescate. Ese trayecto a casa—normalmente un viaje corto de 20 o 25 minutos—se sintió interminable. Cada curva parecía girar el mundo a mi alrededor, revolviendo mi estómago.
Aunque aún no sentía nada en el lado derecho de mi cuerpo, el izquierdo se volvió “confuso.” Lo caliente se sentía frío, lo suave se sentía áspero, y cada sensación estaba alterada.
Tranquilidad
Después de una batería de pruebas—análisis, tomografías, resonancias magnéticas y una punción lumbar—e incluso una visita a urgencias donde entré caminando pero no pude salir de la misma manera, finalmente tuve respuestas. Luego de una estadía de ocho días en un hospital en Puerto Rico, visité un nuevo neurólogo. Con la calma de alguien que da la hora, me dijo: “Es esclerosis múltiple.” Ese día, 16 de julio, sentí alivio por primera vez. Mi mamá estaba conmigo; no sé lo que ella sintió, pero yo finalmente tenía un nombre para todo lo que había estado pasando.
Dado que mis síntomas no mejoraban rápido, no pude regresar al trabajo. Después de más visitas a médicos y de terapia para recuperar movilidad, mi neurólogo confirmó que el estrés empeoraba todo. Mi esposo y yo acordamos que sería mejor dejar el trabajo permanentemente. Perder esa parte de mi vida fue doloroso. A pesar del estrés, amaba mi trabajo y la interacción con los pacientes.
Un Desahogo
Aunque nunca tomé una clase de arte, siempre me atrajo. Con los materiales que tenía en casa, comencé a pintar. Con cada pincelada, dejaba salir mis frustraciones, y poco a poco, sentí que crecían nuevas alas. Puede que no vuele tan alto como quisiera aún, pero ahí voy.